ADAPTACIÓN
Con motivo de las noticias actuales bajo un tema dominante, tuve la oportunidad, no hace mucho, de leer un artículo en el que descubrí algo asombroso sobre un volcán localizado en las cercanías de las Islas Salomón del Pacífico. Sumergido a veinte metros de profundidad, estalla una y otra vez desde que en 2014 entrara en erupción.
Kavachi, que así se llama, es uno de los volcanes con más actividad del mundo. El cráter lanza material fundido e incandescente a gran altura, incluso por encima del nivel del mar. El descubrimiento fue llevado a cabo por un grupo de científicos, quienes hicieron un primer acercamiento por medio de robots, lógicamente sin esperar encontrar signos de vida en una zona, cuyo calor y acidez la hacían totalmente inhabitable. Lo más sorprendente se produjo cuando, las cámaras revelaron que en el interior del cráter habitaban tiburones martillos y otras especies, como medusas y peces de menor tamaño. Se cree que estas especies pudieron haber evolucionado para detectar cambios en el comportamiento del volcán y sobrevivir en las condiciones del ambiente como pH ácido, grandes cantidades de CO2 y temperaturas elevadas. Aun así, las criaturas marinas habían hecho de un lugar tan hostil, su perfecto hogar.
Esto inevitablemente, me hace pensar que, al ser humano, al contrario de lo que suelen hacer los animales, le cuesta bastante adaptarse en general. El hombre es el único animal que adapta el medio a él y no al revés. Gracias a su inteligencia, el ser humano ha aprendido a adaptar la realidad a sus propias necesidades, incluso cuando hoy en día prevalece la destrucción de la misma, debido al impacto del desarrollo industrial y económico. Al ser humano, después de años y años de progreso, le cuesta más ser flexible y adaptativo. Hasta tal punto, que la relación hombre-naturaleza está desarticulada y se plantea desde la teoría de bienestar subjetivo, en base a unas necesidades que nosotros mismos nos hemos creado y que se supone que nos conectan con lo que culturalmente llamamos felicidad.
Elisa Sánchez Coronado |
Kavachi, que así se llama, es uno de los volcanes con más actividad del mundo. El cráter lanza material fundido e incandescente a gran altura, incluso por encima del nivel del mar. El descubrimiento fue llevado a cabo por un grupo de científicos, quienes hicieron un primer acercamiento por medio de robots, lógicamente sin esperar encontrar signos de vida en una zona, cuyo calor y acidez la hacían totalmente inhabitable. Lo más sorprendente se produjo cuando, las cámaras revelaron que en el interior del cráter habitaban tiburones martillos y otras especies, como medusas y peces de menor tamaño. Se cree que estas especies pudieron haber evolucionado para detectar cambios en el comportamiento del volcán y sobrevivir en las condiciones del ambiente como pH ácido, grandes cantidades de CO2 y temperaturas elevadas. Aun así, las criaturas marinas habían hecho de un lugar tan hostil, su perfecto hogar.
Esto inevitablemente, me hace pensar que, al ser humano, al contrario de lo que suelen hacer los animales, le cuesta bastante adaptarse en general. El hombre es el único animal que adapta el medio a él y no al revés. Gracias a su inteligencia, el ser humano ha aprendido a adaptar la realidad a sus propias necesidades, incluso cuando hoy en día prevalece la destrucción de la misma, debido al impacto del desarrollo industrial y económico. Al ser humano, después de años y años de progreso, le cuesta más ser flexible y adaptativo. Hasta tal punto, que la relación hombre-naturaleza está desarticulada y se plantea desde la teoría de bienestar subjetivo, en base a unas necesidades que nosotros mismos nos hemos creado y que se supone que nos conectan con lo que culturalmente llamamos felicidad.
Porque el mayor conflicto que vive el hombre, me parece, es precisamente ese dilema entre lo animal y lo cultural, dividido entre la existencia primaria y la realidad cada vez más artificial que nos vamos construyendo. Y así llevamos dentro al animal de instintos sofocados y reprimidos. Ese animal que hubiese sido capaz de adaptarse mejor a cada cambio, cada revés de la realidad, de la naturaleza, o del medio hostil. Creo que todos hemos sentido alguna vez esa llamada de la naturaleza, esa necesidad momentánea de reconciliarnos con ella cuando en medio de una tarde en el campo o de una tarde observando la lluvia, nos sentimos seducidos por esa inmensidad en la que solo existe la tierra y el cielo y que nos hace sentirnos libres, genuinos, creativos y felices. Esa sencillez en la que podemos percibir momentáneamente la autenticidad. La ensoñación de escapar hacia atrás en la escala de la evolución. Libres de artificio, de la tiranía del reloj, de la neurotizada ambición de poseer y necesitar, de las rutinas insustanciales.
Los peces que viven en Kavachi, desde su instinto, se adaptaron para ser dichosos en un mundo hostil. Nosotros, criaturas divididas y culturales y cada vez más inadaptadas, seguimos buscando el concepto de felicidad que inventamos. Pero esa búsqueda incesante, a veces dolorosa y un tanto absurda, quizá sea precisamente, lo que nos hace humanos.
© Elisa Sánchez Coronado.
Escritora y poeta, miembro de la Asociación de Escritores "El Común de la Mancha", autora del libro "Piel de Tinta y Rosas". Ganadora de distintos premios literarios. Sus artículos literarios y poéticos aparecen asiduamente en las revistas DLtras, o "La Encina". Participó en la Semana Cervantina que organiza la Asociación Cultural " Santiago Apóstol" con una conferencia titulada "La mujer en la vida y obra de Cervantes".
Maravillosa Elisa. Estoy totalmente de acuerdo con tu exposición aunque yo no lo habría expresado con tanta belleza.
ResponderEliminarEnhorabuena escritora��