Ella no pedía mucho, solamente una persona que la entendiera y que caminase a su lado, ni delante ni detrás de ella.
Verónica era una joven abogada que, tras acabar un máster Internacional en el extranjero, trabajaba para un prestigioso bufete en España. No se había dado cuenta que su vida profesional no gustaba mucho a su exnovio hasta la Navidad anterior, cuando él la acompañó a la celebración de la cena de empresa. Allí, en un ambiente distendido, sus compañeros comentaron cuánto la apreciaban, lo talentosa que era y lo contentos que se sentían al tenerla como compañera. Él, después de tomarse unas copas, imitó su voz y sus ademanes, ridiculizándola y queriendo hacer entender a todos que exageraban sus alabanzas. Todos quedaron horrorizados, sin saber qué decir. Verónica, disimulando, lo arrastró amablemente fuera del restaurante y así acabó esa velada. Afortunadamente, él la siguió sin protestar y, al llegar a la calle, Verónica explotó y le dijo lo enfadada que estaba y cuánto se arrepentía de haberle presentado a sus compañeros. Le pidió que se marchara y desde entonces no había vuelto a verlo. Él actuó con absoluta indiferencia, ni siquiera dijo nada, ni la miró, y a grandes zancadas se alejó.
El viento soplaba sus cabellos castaños y le susurraba secretos bajo el ruido de la cascada del agua que caía, mientras disfrutaba del atardecer que dibujaba el cielo con tonos anaranjados colándose entre las nubes. El espectáculo la tranquilizó y durante un buen rato se olvidó de todo, extasiada.
Y, así, bajo aquella luz, levantó la vista hacia el lado derecho del banco y vio muy cerca de ella a un chico moreno que la miraba inquieto. Unas gafas de sol ocultaban sus ojos, pero ella podía ver su sonrisa cuando se le acercó y se disculpó por invadir su espacio, sentándose a su lado. Él se había enamorado de ella de manera instantánea. Se quito las gafas y ella pudo ver sus ojos verdes, misteriosos, mirando en la misma dirección que ella.
Unas horas después, la luna desde arriba reflejaba sus besos. Fue una sensación tan tierna y tan única que ambos querían lo mismo, conocerse, como en un encuentro secreto, como en una dulce aventura.
Aquella locura secreta vivida unos días atrás en aquel banco le había devuelto la ilusión a Verónica. A partir de aquel momento, la vida cobró otro sentido para ella, aquel chispazo entre ellos fue tan brutal que ya no pudieron separarse.
Unos días después, al despertarse sola, encontró sobre la mesilla de noche, apoyada en la lámpara, una carta dirigida a ella. Sorprendida, alargó el brazo para cogerla, la abrió y empezó a leerla:
“Hoy es nuestro día, amor. Durante mucho tiempo he esperado un amor como este. Han pasado muchos años pero sabía que vendrías.
¡Mucho éxito hoy con tu caso!
Esta tarde te espero en el banco más bonito del mundo.”
Seguía sorprendiéndose con los continuos detalles y los buenos sentimientos que él le transmitía. Con solo imaginar su cara mientras le escribía aquella nota, se emocionaba hasta las lágrimas. Lo único que lamentaba era no poder tenerlo a su lado para abrazarlo, porque los enamorados no quieren separarse jamás. Su corazón se derretía y sentía que estaba viviendo una experiencia mágica, maravillosa, que igual que antes nada la había preparado para tantos sentimientos negativos, tampoco para aceptar que otra persona caminase a su lado y se sintiera orgullosa de ella, de sus logros y de todo lo que estaban viviendo juntos. Era tal la fuerza que esos sentimientos le producían que se sentía capaz de afrontar cualquier dificultad que surgiera.
Leyó aquella carta mil veces antes de salir corriendo de la cama, pero tuvo que hacerlo para no llegar tarde al tribunal, donde tenía que defender un caso verdaderamente difícil.
En el banco más bonito del mundo, Verónica conoció el amor sano, un amor de los que suma, donde no necesitas gritar tus logros porque tu pareja ya los ve y los celebra contigo.
Por la tarde, en esa fecha mágica, Verónica acudió a su cita y ambos volvieron a sentarse allí para disfrutar de un magnífico atardecer, con un sentimiento de plenitud y de seguridad. “Para siempre”.
A veces, los lugares más inesperados pueden ser testigos de los momentos más significativos de nuestra vida.
Nicoleta Talpa
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