| Nicoleta Talpa |
En Trevélez, el pueblo más alto de la península, hay paisajes espectaculares. Eso sí, todo cuestas, calles estrechas, empedradas…, originalidad que lo acredita como uno de los pueblos mas bonitos de España y uno de los primeros pueblos en recibir las nevadas.
Un día frío de invierno, dos semanas antes de la Navidad, un niño llamado Rubén estaba esperando con ansia el regreso de su madre del hospital. Su corazón latía con emoción y un poco de preocupación, la casa todavía no estaba decorada y tampoco habían comprado el árbol de Navidad. Su padre le prometió que, en cuanto volviera su madre, irían los tres a por uno y los decorarían la casa como una familia feliz.
Rubén miraba por la ventana, con la nariz pegada al cristal empañado mientras los copos de nieve caían suavemente del cielo. El niño sabía que, sin su madre, la Navidad no sería lo mismo. Ella lo hacía todo especial: las galletas de jengibre, ponía villancicos y contaba historias mágicas sobre la Navidad.
Recordó una leyenda sobre los copos de nieve, justo cuando uno de ellos se pegó a la ventana frente a la cara del niño y formó una pequeña flor de hielo.
Rubén parpadeó. Vio el copo brillante y diferente de todos los demás. Entonces se le ocurrió una idea genial: salir a la calle y hacer un muñeco de nieve. “Haré algo para sorprenderla,” se dijo. Todo estaba cubierto de un blanco brillante y él miraba al cielo esperando ver caer esos copos mágicos. Estiró su mano y un copo aterrizó suavemente en su palma. Por un instante, el sintió una conexión mágica con la naturaleza, como si formara parte del entorno. Sintió la tristeza profunda que puede experimentar un niño, pero también su esperanza.
—¡Hola Rubén! —dijo el copo, sorprendiéndolo—. Cada copo de nieve puede conceder un deseo y estoy aquí para ayudarte a cumplir el tuyo —le explico.
Rubén pensó en su gran deseo: quería que su madre regresase a casa pronto, sana y feliz. La extrañaba mucho. Justo en ese momento escuchó el sonido de un coche. ¡Era papá! Y en la parte de atrás venía ¡mamá!
Ella bajó del coche, despacito, con mucho cuidado, envuelta en una gran bufanda blanca y con una sonrisa enorme.
—Mi pequeño explorador —decía.
Rubén corrió hacia ella y la abrazó con fuerza. “Vamos a tener una Feliz Navidad”, gritaba.
Al día siguiente, los tres fueron a por el árbol de Navidad y empezaron a decorar la casa. Habían esperado con ansiedad este momento durante mucho tiempo. La casa estaba llena de emoción y de cajas repletas de adornos navideños, de luces de colores, bolas brillantes y figuras. Y copos de nieve, muchos copos de nieve. Mientras empezaban a colocar las luces, mamá comenzó a narrar una historia: “Érase una vez un copo de nieve…”. Rubén, emocionado, añadió: “Era un copo diferente a los demás, brillaba con un destello especial, como si llevara una gran luz interior…”.
Mamá le sonrió. Aquella noche, mientras miraban las luces parpadeando, Rubén sabía que esa Navidad sería la más mágica de todas, porque estaban los tres juntos.
Nicoleta Talpa
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