Era un frío diciembre en la pequeña ciudad de Albacete, que estaba vestida de fiesta. Las luces brillantes decoraban cada rincón, pero Alicia no sentía el espíritu navideño en el aire. Alicia tenía veinticinco años y trabajaba en la secretaría de un colegio. Llevaba un tiempo deseando cambiar algo en su vida y quería que esta Navidad fuera especial. Buscó en Internet ciudades europeas para pasar la Navidad y, al ver fotos navideñas de Viena, le encantó. ” Reservaré ya mi viaje para otra aventura”. En unos días estaría en la mágica ciudad de los sueños navideños. Pensó Alicia aquella noche, antes de dormir.
El día del viaje llegó. Se levantó temprano y se dirigió al aeropuerto. En el avión, Alicia miraba por la ventanilla, imaginando cómo sería la ciudad que se acercaba. Al aterrizar, el frío de Viena la recibió con una bocanada helada. Ya en el aeropuerto, decidió ir en tranvía hasta el centro para ver el famoso Mercado de Navidad de Viena. Mientras viajaba, fue observando todo a su alrededor. El tranvía se detuvo y al bajar se quedó maravillada: el mercado era un espectáculo, con cúpulas doradas, enormes árboles de Navidad, adornos con brillos y un aire lleno de aromas de castañas asadas y galletas de jengibre. La Navidad en Viena prometía ser mágica.
Su hotel estaba cerca. Era un edificio antiguo con balcones cubiertos de nieve, que en ese momento caía como azúcar glas sobre Viena. Tras dejar su pequeño equipaje en el hotel, Alicia salió por las calles elegantes de Viena y recordó que siempre había soñado encontrar el amor, especialmente en Navidad.
De repente, un pequeño grupo de niños apareció frente a ella. Llevaban trajes tradicionales y cantaban villancicos. Alicia estaba encantada disfrutando del espectáculo. La música era mágica y todo el mundo empezó a aplaudir. La tarde avanzaba y la noche se acercaba. Las luces del mercado se encendieron, creando una atmósfera aún más encantadora. Se encontró con un puesto donde vendían bolas de cristal con nieve en su interior, que dejó fascinada a Alicia. El vendedor, un anciano con barba blanca, le mostraba a un joven una bola que llevaba dentro un árbol de Navidad contándole que cada una de esas bolas representaba un deseo y que mostraba el mundo en miniatura.
Alicia también le compró una bola. No podía dejar de sonreír al ver cómo la nieve caía lentamente dentro de la bola como si fuera nieve real. Aquel joven se quedó a su lado mirándola y, unos segundos después, la invitó a tomar un chocolate. Curiosamente, hablaba muy bien castellano. En principio, Alicia quiso negarse, pero se dejó llevar. Caminaron juntos por las calles nevadas de Viena y él le contó la historia de las bolas de nieve, que Alicia desconocía. No sabía que se habían originado en Viena más de cien años atrás y que cada una se fabricaba a mano. Cuando llegaron a una cafetería, aprovecharon para tomar un chocolate con nata, acompañado de galletas de jengibre con forma de hombrecito. El chocolate era tan espeso y dulce que a Alicia le pareció un abrazo tibio en el frío.
―Mi nombre es Alexander.
Alicia, un poco nerviosa le dijo su nombre y solamente entonces se fijó detenidamente en el chico. Era alto, con el pelo castaño y rizado, y unos ojos azules que parecían el cielo invernal. Tenía rasgos austriacos.
―¿Qué planes tienes para estos días?
Alicia le conto sus planes de pasear y disfrutar de Viena hasta después de Navidad.
―Quizá mañana podríamos ir a la ópera ―dijo Alexander―. Es la temporada de bailes vieneses.
―Suena maravilloso ―le contestó Alicia, sintiendo que sus mejillas ardían de pronto.
Pasaron la tarde hablando, riendo y conociéndose mejor. Alexander le contó que era profesor de literatura, de ahí su pasión por los idiomas. Ella, a su vez, le habló de su pasión por los libros y sobre sus sueños de viajar por el mundo. Mientras hablaban, la nieve seguía cayendo fuera. A Alicia le pareció que, aparte de guapo, Alexander era amable, inteligente y divertido.
Al día siguiente, Alicia se puso su vestido rojo favorito y un abrigo de lana blanca para quedar con Alexander y, al verlo llegar para recogerla, sintió una especie de nerviosismo y emoción.
Cuando llegaron a la ópera estatal de Viena, Alicia se quedó maravillada al ver la orquestra en vivo y parejas de bailarines bailando valses, vestidos con sus trajes glamurosos.
―¡Es precioso!
―Esto es para ti, para que recuerdes nuestras Navidad en Viena. Sé que nos conocemos solo desde de ayer, pero… sentí algo muy especial por ti desde el momento en que vi cómo mirabas aquella bola de nieve.
Alicia le dio un abrazo. La Navidad nunca fue tan especial para ella. En ese momento sintió que su sueño de encontrar el amor en Navidad se había hecho realidad. Viena, con su nieve y sus luces navideñas, le había regalado el amor verdadero. Las fiestas de Navidad en Viena no eran solo una celebración, se convirtieron en un recordatorio de que el amor y la alegría siempre pueden encontrarse si elegimos ver la magia que hay a nuestro alrededor.
Nicoleta Talpa
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