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Remolino de hojas

   No sé si los árboles sabrán que desde el momento en que sus hojas se desprenden de ellos y caen a sus pies para nutrir la tierra y proteger sus raíces, vuelven a ellos.

   Ojalá pudiera poseer la sabiduría, sentir lo que siente una hoja que se acarició con el viento volando hasta llegar a besar la tierra. Sentir lo que siente cuando coquetea con el sol y cambia de color. Y lo que siente bajo la luz de las estrellas, bajo las nubes, bajo la lluvia…

   Huele a tarde de otoño, a tierra mojada, a flores y hojas secas, la luz del sol pierde su intensidad y calidez…La nostalgia nos invade…

    Estamos aquí, en medio de un bosque, recogiendo hojas, rojas y doradas, de un remolino que forma el viento.

   Y escribo sobre ellas con una pluma, con una tinta indeleble de amor, las transformo en páginas donde escribo nuestra historia, la que vivimos.

    Al final del camino, llegamos a un lago donde encontramos un muelle de madera degradado, roto, que parece haber salido de otros tiempos, donde hay atracado un barco abandonado y medio podrido. El muelle de madera nos permitió adentrarnos en un espacio muy romántico, invisible para el mundo. Llevamos hojas al barco y nos sentamos en un rincón, disfrutando del paisaje. ¡No sabía que existiera un entorno tan bonito en este lago! ¡Nadie sabe lo que siento a tu lado!   

 Al mirarnos, tu sonrisa me recordó los secretos, los temblores de piernas, ese sentimiento de ser una diosa para ti cunado hacemos el amor. Cojo hojas y escribo sobre instantes del pasado que nadie nos puede arrebatar ni cambiar, y que nos hacen sentirnos especiales, únicos…Escribo mientras tú me miras, la luz y la risa de tus ojos dicen:

“Te haría el amor, sea donde sea”

  Cubiertos de hojas, arropados por los recuerdos, escuchamos la música de las hojas que danzan. A veces parecen teclas de un piano, o tal vez las cuerdas de un violín llorando de añoranza.

  Sin dejar de escribir, las hojas empiezan a cobrar vida propia, se convierten en una manta de colores. Inmarcesible.

Mi boca se queda muda, sin importar el tiempo, pero mis manos bailan al compás de la pluma. El barco se balancea mientras te levantas y caminas decidido por el viejo muelle, sin miedo, hasta llegar al bosque para recoger hojas que, cuando apenas llevo escritas cuarto letras, ya me estás arrojando con los brazos extendidos.

- ¡No pares de escribir…!¡No pares de sonreír…! ¿Me lo prometes?

- Te lo prometo…

  La noche está a punto de llegar, pero quiero disfrutar más, pretendo no desperdiciar ningún segundo a tu lado. Todavía quedan hojas y todavía me quedan palabras, tú me miras sonriendo y sentimos esa complicidad que hay entre nosotros incluso cuando no hacemos ni decimos nada.

   Estas a gusto y  me gusta, y me gusto ahí…Nos apetece quedarnos, no sentimos frio porque estamos bien arropados… Me conoces,  soy  así, sería  capaz  hasta de cruzar el lago en este barco solo para quedarme un poco más en tus brazos. 

   Abrázame, me gusta dormir entre tus brazos, siento cosquillas en mi espalda cuando dibujas palabras con tus labios. Bajo la manta respiro tu aroma y saboreo cada uno de tus besos.

   Dejemos que la luna nos enseñe la belleza del camino esta noche…Guardaré esta manta y mañana recogeremos más hojas. Tendré que hablar con los árboles, sé que entenderán que las necesitamos para nutrir nuestras raíces porque los árboles tienen delicado el corazón y el alma libre. Y es que, si nosotros hacemos lo que sentimos, se hará eterno lo que nos hace felices…

       Todos los derechos reservados © Nicoleta Talpa


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