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La primera nevada.

 

Antes de salir se miró en el espejo y sonrió satisfecha porque volvió a ver a una mujer de aspecto cuidado. Se descuidó por completo sin darse cuenta. Estuvo sin salir unos días, vagaba perdida por la habitación de su casa hasta que algo en su interior la empujó a hacer algo diferente, salir de allí, escapar, encontrar el camino del cambio.

Eso la empujó a pasar la noche en esta acogedora cabaña del bosque. A la mañana siguiente  le había cambiado el ánimo, se sintió mejor que nunca, y no quiso perder la oportunidad de hacer algo fabuloso. Decidió salir, a pesar de todas las probabilidades de perderse o quedarse congelada, pero el atractivo de ese lugar era simplemente irresistible.

Mientras se cerraba la puerta de la cabaña sintió que el aire frío la congelaba por dentro. Caminaba pensando en capturar la tranquilidad de aquella mañana de invierno. En los tallos de las plantas y sobre las ramas de los árboles había finos cristales de hielo. Era fascinante ver cómo la naturaleza se había detenido, tiñéndola de blanco. Todavía  no se había alejado mucho, aún le llegaba el olor a humo del horno de la cabaña, pero continuó caminando…

De pronto, sopló una ventisca y la nieve impactó sobre sus labios, sus pestañas, sus mejillas…, borrando sus huellas… El crujido de la nieve bajo sus pies le hizo sonreír y bailar un vals tranquilo y nevado… No sabía qué pasaría mañana, pero comprendió que lo más romántico  del invierno es caminar sobre la nieve. La primera nevada de aquel invierno le enseñó que cada día es importante si sabemos mirar, ver, escuchar, sentir…, capturar momentos alegres, aunque puedan durar solo unos instantes. 

Nicoleta Talpa.

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