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ROSAS BAJO LA NIEVE por Nicoleta Talpa

    En un  pequeño pueblo rodeado de montañas, donde el invierno se adueñaba de cada rincón, las calles estaban cubiertas por un manto blanco que parecía eterno.

     La nieve caía suavemente, cubriendo todo a su paso, pero en el jardín de la casa de Alma un milagro se estaba gestando. Allí, bajo la nieve, florecían rosas, desafiando al frío y la adversidad.

    Alma había vivido en ese pueblo toda su vida, junto a sus padres y su abuela, que era florista. Su tienda, “El jardín de las rosas” era un refugio de colores vibrantes en medio de la montaña blanca del invierno. Alma, con su cabello dorado como el sol y los ojos como dos lagos en calma, era conocida por su curiosidad insaciable. Se pasaba todo el día ayudando a su abuela en el jardín, cuidando las rosas y plantando nuevas flores, y también recogían con mucho mimo flores para la tienda. Según su abuela, en este pueblo la nieve  no solo era un fenómeno natural, era mágica y tenía un poder especial que solo se revelaba en momentos de verdadera necesidad.

     Una tarde, mientras la nieve caía suavemente, un nuevo cliente entró en la tienda buscando un ramo de flores para su madre. Era Carlos, un joven artista que había regresado a su hogar tras varios años en la ciudad. Alma, sorprendida por su presencia, sintió que algo en su interior se despertaba.

    Mientras que Alma organizaba un ramo de rosas, Carlos se acercó y miró las rosas y a ella. Intrigado por las rosas que desafiaban al invierno, se acercó preguntando: “¿No se han congelado las rosas con la nieve?”.

   Alma sintió que sus mejillas se sonrojaban, pero aun así le sonrió y le habló sobre cada variedad de rosa con su amabilidad habitual.

“Es verdad que a veces la nieve puede escondernos las cosas bonitas que tenemos delante, pero la nieve aquí es mágica”, respondió Alma.

    Carlos cogió aquel ramo y, cuando llegó a casa y lo entregó a su madre, la aldea se inundó de risas y abrazos. Su hogar era un lugar cálido y acogedor,  que había echado de menos y pidió perdón a su madre por tardar tanto en volver a casa. Se sentía muy bien allí, en aquel pequeño pueblo que brillaba bajo la nieve, y sentía que el hogar no solo es un lugar, sino también una sensación de calor, comodidad y presencia. 

    A través del estrecho camino cargado de nieve, Carlos volvió al día siguiente a visitar la floristería. Caminaba por el pueblo, donde el tiempo parecía congelado y cada paso que daba parecía un cuento de invierno, pero sabiendo que  justo detrás de la puerta de aquella floristería estaba ella, Alma.

    A medida que pasaban los días Carlos comenzó a visitarla con frecuencia. Con cada encuentro, la conexión entre ellos se fortalecía, paseaban por el pueblo, conversado durante horas mientras la nieve caía suavemente a su alrededor.  El cielo ardía con suaves tonos de rosas y naranja con el último susurro de luz del día antes de que la noche tomase el control. Compartieron chocolate caliente en la cafetería local, donde el aroma del café recién hecho llenaba el ambiente, y Alma sintió que su corazón latía con más fuerza cada vez que Carlos estaba a su lado. La química entre ellos era innegable.

      Una noche, mientras la nieve caía, Alma invitó a Carlos a pasear por su jardín. Allí, entre luces y flores, le confesó que había estado esperando a alguien especial para compartir su amor por la naturaleza. Carlos le confesó sus sentimientos y le dijo que ella le había enseñado otra perspectiva sobre la vida.” Ahora lo sé, la nieve ha tenido el poder de unirnos. Me ha llevado por un camino desconocido, solo para encontrarte.” Una ráfaga de viento sopló, envolviéndolos en copos de nieve. Ambos rieron y  Alma sintió que su corazón se derretía como la nieve bajo el sol.

   Aquel invierno fue siempre para ellos un recuerdo feliz. Las rosas bajo la nieve se convirtieron en un símbolo de su amor, recordándoles que incluso en los inviernos más duros siempre hay lugar para la esperanza y la belleza. Los dos encontraron en aquel jardín un refugio, donde el amor florecía desafiando el frío y celebrando la vida.

NICOLETA TALPA 


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