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La Ventana

   Desde aquel sitio privilegiado para escudriñar el puerto de montaña, Eva asumió el papel de observador.

  Ver los cambios de temporadas desde su ventana se convirtió en algo imprescindible de su vida. Viajó a través de esa ventana y vio y sintió cosas  que nunca antes había visto. 

  Desapareciendo en el bosque absorbida por la naturaleza escuchando un “coro” de pájaros o escondiéndose detrás de aquellos acebos, robles, cerezos y avellanos que hacían de ese lugar ,un lugar de ensueño, vio pasar las cuatro estaciones.

Aquello le daba felicidad porque estaba rodeada de vida real, y entonces ella comenzó a construir un profundo afecto con otras almas que necesitaban tanto amor como ella. Empezó a construir un jardín que rodeaba la casa y desde el jardín había muchas puertas ocultas y caminos que todos conducían hacia el bosque.

Sentada allí, delante de la ventana pensaba que no hay nada más curativo para el alma que conectar con  la naturaleza.

En cada estación disfrutaba de algo diferente. Aquí el sol sale más tarde y se pone más temprano,  los vientos están  aumentando y las temperaturas más frías.

Los árboles se llenan de hojas en primavera. La ventana recibe golpes de flores, aparecen multitud de mariposas, abejas y colibríes, y al abrirla las cortinas se balancean con el viento que sopla suave.

En verano ella beso el sol porque radiaba en su rostro y le dio fuerza para crecer.

En otoño el viento soplo las hojas y le mancho su ventana, pero aprendió que los días lluviosos no durarán para siempre y que sin la lluvia nada crece.

Las blancas nevadas en las noches de invierno, en su soledad le dio felicidad, aprendió a abrazar las tormentas de la vida.

Hay ventanas que te recuerdan este hermoso y bello mundo que nos rodea y si te olvidas de brillar, la naturaleza te lo recuerda.

Texto: Nicoleta Talpa


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